Volar..... nunca acabaré de acostumbrarme a esa sensación de desayunar en Madrid y en pocas horas aterrizar en otro mundo diferente, y aunque sé como vuela un avión, a qué altitud, a qué velocidad y como se van controlando las rutas en los pasillos aéreos, me parece mágico poder trasladarte con esa facilidad de un mundo a otro así sin más. Un Airbus 321 nos llevaba volando y nunca mejor dicho hacia las costas de Africa, tierra que siempre, y aún no sé por qué, me ha atraído sobremanera.
La primera impresión de sobrevolar tierra después de horas viendo nubes y el azul del mar fue magnífica por desconcertante, no había casas, ni verde, ni montañas, por no haber, no había nada más que un inmenso desierto de un color albero apagado por el polvo que esparcía el aire en su superficie, apenas unos hilillos interrumpían la alfombra dorada, imagino que carreteras o caminos que parecían no venir de ningún lugar y no dirigirse a ningún otro lugar, excepto alguna mancha más oscura que imaginé como antiguos asentamientos en medio de aquel mar de arena y sol de inquietante destello, dibujando casi como en un espejo, la imagen simétrica de un fantasmal escenario vacío de sonidos...... sólo el roce amortiguado del chasis del avión contra el aire a intervalos impredecibles imprimen realidad a la primera visión de Egipto desde el aire, presagios de oasis y aventuras románticas inundan mi cabeza, simple perímetro occidental cuya cultura tacha de exótico todo aquello que, allende los mares, aterriza en el asfalto y se convierte en una moda al uso.
Egipto, estrecha banda de tierra fértil surcada por el Nilo en el extremo Este del desierto del Sahara, el país era un Golfo en la Era Secundaria, en cuyo fondo se depositaron sedimentos calcáreos, al Sur, el Golfo limitaba a la altura de Dyebel Silsisa con una plataforma de arenisca, la Nubia histórica, al Este, con una cadena montañosa de rocas metamórficas primarias, el desierto Arábico actual, a finales del Terciario el Nilo logró vencer la barrera de Dyebel Silsisa y verter su caudal en el Golfo que acabaría siendo Egipto, paralelamente se formó el mar Rojo, con lo que la región comenzó a adquirir su fisonomía actual.
Mis ojos buscan referencias, mi pensamiento busca hacia el Este el perfil soñado de Alejandría, ¿ la vería aunque tan sólo fuera desde el aire? Promontorio de Loquias al que jamás nube alguna hizo sombra pues su faro alumbraba los confines del mar misterioso, del Gran Verde, como lo llamaban los antiguos egipcios, guía de cuantos navegantes buscaban el buen refugio de sus costas, Eunostos, el del buen regreso, playas inmensas como el alma azul que las circunda, sede de la mayor biblioteca que conociese la historia, ciudad ambigua que a base de mezclar tendencias consiguió aunar en un puzzle imposible los rostros de los Dioses egipcios con rasgos helénicos. Sueño de Alejandro, hecho Dios por el arte de un oráculo equivocado, el de Amón en Siwa, y que inauguró una dinastía de cinco siglos de advenedizos, de cinco siglos sin faraones, última morada de reyes que antaño vivieran de espaldas al mar, cosmopolita urbe que abjuraba de sus raíces nilóticas, tan lejos y tan cerca del Dios del agua primigenia dadora de vida, dónde los frondosos palmerales y las forestas de papiros, los huertos y las acequias pintaban de verde el contorno del desierto de arenas eternas que la circundaban por el Oeste y donde muchos siglos atrás la última estirpe de los Tolomeos dejó parado el reloj manetoniano de las dinastías, y en su caída dio a Roma la llave del poder del mundo, de ese mundo que durante más de tres mil años gobernó los cielos y la tierra al ritmo de las crecidas del Nilo, que coincidiendo con la salida helíaca de Sotis, mandaba sobre la vida y la muerte de sus gentes. Blanca de mármoles y suntuosa de jardines, tanto destello proyectaba sobre la tierra que los Dioses celosos de su gallardía la dejaron caer en Accio de manos de unos amantes malditos por la historia.......
La visión del plano que nos proyectaba la pantalla de vídeo del avión me sacó del ensimismamiento, volábamos sobre el desierto, al Oeste del Nilo tierra adentro y nos dirigían hacia el Alto Egipto, hacia Luxor. La primera visión del río desconcertó a casi todo el pasaje, no era él quien llamaba nuestra atención, sino la franja diminuta de vida que crea en torno a sí mismo en medio de la inmensidad de las arenas y sólo unos minutos antes de aterrizar pudimos ver con claridad su figura serpenteante y opaca, majestuosa y antigua y como preludio de lo que sería nuestra morada en los próximos días.
Fue un aterrizaje perfecto: bravo por el comandante del Airbus.
La primera impresión al pisar tierra fue el calor que embargaba todo, ese solaz de los sentidos que detiene las cuitas en un instante, el olor del calor de esa tierra que pisábamos por primera vez era dulce e imposible de determinar, y me congratulé con la idea de que no llegase agobiado por los flagelos del estío.
La primera impresión de sobrevolar tierra después de horas viendo nubes y el azul del mar fue magnífica por desconcertante, no había casas, ni verde, ni montañas, por no haber, no había nada más que un inmenso desierto de un color albero apagado por el polvo que esparcía el aire en su superficie, apenas unos hilillos interrumpían la alfombra dorada, imagino que carreteras o caminos que parecían no venir de ningún lugar y no dirigirse a ningún otro lugar, excepto alguna mancha más oscura que imaginé como antiguos asentamientos en medio de aquel mar de arena y sol de inquietante destello, dibujando casi como en un espejo, la imagen simétrica de un fantasmal escenario vacío de sonidos...... sólo el roce amortiguado del chasis del avión contra el aire a intervalos impredecibles imprimen realidad a la primera visión de Egipto desde el aire, presagios de oasis y aventuras románticas inundan mi cabeza, simple perímetro occidental cuya cultura tacha de exótico todo aquello que, allende los mares, aterriza en el asfalto y se convierte en una moda al uso.
Egipto, estrecha banda de tierra fértil surcada por el Nilo en el extremo Este del desierto del Sahara, el país era un Golfo en la Era Secundaria, en cuyo fondo se depositaron sedimentos calcáreos, al Sur, el Golfo limitaba a la altura de Dyebel Silsisa con una plataforma de arenisca, la Nubia histórica, al Este, con una cadena montañosa de rocas metamórficas primarias, el desierto Arábico actual, a finales del Terciario el Nilo logró vencer la barrera de Dyebel Silsisa y verter su caudal en el Golfo que acabaría siendo Egipto, paralelamente se formó el mar Rojo, con lo que la región comenzó a adquirir su fisonomía actual.
Mis ojos buscan referencias, mi pensamiento busca hacia el Este el perfil soñado de Alejandría, ¿ la vería aunque tan sólo fuera desde el aire? Promontorio de Loquias al que jamás nube alguna hizo sombra pues su faro alumbraba los confines del mar misterioso, del Gran Verde, como lo llamaban los antiguos egipcios, guía de cuantos navegantes buscaban el buen refugio de sus costas, Eunostos, el del buen regreso, playas inmensas como el alma azul que las circunda, sede de la mayor biblioteca que conociese la historia, ciudad ambigua que a base de mezclar tendencias consiguió aunar en un puzzle imposible los rostros de los Dioses egipcios con rasgos helénicos. Sueño de Alejandro, hecho Dios por el arte de un oráculo equivocado, el de Amón en Siwa, y que inauguró una dinastía de cinco siglos de advenedizos, de cinco siglos sin faraones, última morada de reyes que antaño vivieran de espaldas al mar, cosmopolita urbe que abjuraba de sus raíces nilóticas, tan lejos y tan cerca del Dios del agua primigenia dadora de vida, dónde los frondosos palmerales y las forestas de papiros, los huertos y las acequias pintaban de verde el contorno del desierto de arenas eternas que la circundaban por el Oeste y donde muchos siglos atrás la última estirpe de los Tolomeos dejó parado el reloj manetoniano de las dinastías, y en su caída dio a Roma la llave del poder del mundo, de ese mundo que durante más de tres mil años gobernó los cielos y la tierra al ritmo de las crecidas del Nilo, que coincidiendo con la salida helíaca de Sotis, mandaba sobre la vida y la muerte de sus gentes. Blanca de mármoles y suntuosa de jardines, tanto destello proyectaba sobre la tierra que los Dioses celosos de su gallardía la dejaron caer en Accio de manos de unos amantes malditos por la historia.......
La visión del plano que nos proyectaba la pantalla de vídeo del avión me sacó del ensimismamiento, volábamos sobre el desierto, al Oeste del Nilo tierra adentro y nos dirigían hacia el Alto Egipto, hacia Luxor. La primera visión del río desconcertó a casi todo el pasaje, no era él quien llamaba nuestra atención, sino la franja diminuta de vida que crea en torno a sí mismo en medio de la inmensidad de las arenas y sólo unos minutos antes de aterrizar pudimos ver con claridad su figura serpenteante y opaca, majestuosa y antigua y como preludio de lo que sería nuestra morada en los próximos días.
Fue un aterrizaje perfecto: bravo por el comandante del Airbus.
La primera impresión al pisar tierra fue el calor que embargaba todo, ese solaz de los sentidos que detiene las cuitas en un instante, el olor del calor de esa tierra que pisábamos por primera vez era dulce e imposible de determinar, y me congratulé con la idea de que no llegase agobiado por los flagelos del estío.
Estaba en Egipto, en Luxor, la legendaria Tebas de mis lecturas adolescentes.... pero entre tantos nervios no acertaba a ser consciente de ello....
El rostro de Egipto:
Cesarión, el último resplandor del Nilo, la última página de ese Egipto que nunca volverá a ser, el rostro de Cesarión es el rostro de Egipto, su memoria asesinada, el último reflejo de su legendaria epopeya entre los hombres antiguos.
Y llegaste con tu encanto indefinido .........
Te he moldeado bello y sensual
en mi imaginación,
que confiere a tu rostro
la belleza atractiva de un sueño.
C. Cavafis ( Cesarión)
Sueño loco e irreverente que asaltó mi vida cuando aún la niñez teñía de colores brillantes el horizonte del futuro. Leyendas misteriosas envueltas por el halo de lo desconocido, ritos obscuros que imprimían en mi mente recuerdos que por no vividos parecían reales, tal es la imaginación de los niños, ingenua y desbocada.
Me parecía imposible que los Dioses hicieran coincidir por fin nuestros senderos, tantas veces nos habíamos dado esquinazo, Egipto soñado e idealizado hasta lo sublime, hasta lo absurdo, tanto se rieron de mi tus Dioses que apenas me atrevo a horadar tu suelo amado, inscrito en mi esencia desde antes de ser engendrada, pues como tú, pertenezco al eterno devenir de las estrellas.
Y como un vulgar viajero de lejanas tierras acudo a contemplar las ruinas de lo que antaño fuera el mayor emporio conocido por el hombre y suspirar al fin por todo aquel esplendor que un día habitó entre sus gentes, con la esperanza de asistir, aún en la distancia, a la visión de todos los tesoros que un día devoró el desierto, celoso de su historia, en su afán de preservar para los hombres tanta belleza olvidada por los siglos.
La madurez de un pueblo hecha eterna en manos de sus escribas, cuyo aislamiento durante milenios le imprimió el carácter único que ostenta frente al mundo y cuyas tradiciones eran ya viejas cuando se alzaron victoriosas las pirámides. Todo él triunfa sobre los sentidos, prodigioso anuncio de eternidad, lugar donde la memoria se confunde con los mitos en un calidoscopio imposible de leyendas, desafío que se levanta sobre la lógica para anunciarnos el imperio de lo indescifrable, el onírico contorno de la férrea voluntad de un pueblo extinto pero no por ello olvidado a la indiferencia, conjunción de los días de la vida, nacido para ser eterno aún en la decadencia de la muerte, prisionero del tiempo y a la vez adalid de eternidad, que a la postre ha sido capaz de vencer el paso del tiempo con sus enredos y sus trampas.
Y como tus escribas, colocando las manos a la altura de las rodillas, me dispongo a rendirte la pleitesía que en mi corazón mereces, silencio por fin hecho palabra, semilla renacida en mis pupilas ignorantes de tu luz eterna, sonrisa serpenteante en el devenir de mi memoria. Todo tú, Egipto, señor de ese gran sueño que siempre moró en mi corazón.
Y ahora, tú y yo mirándonos cara a cara, que no salga pues en esta lid herido el inmenso amor que te profeso.......
El Nilo:
La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, la esperanza a cambio se sustenta en lo que desconocemos, que es todo. ( anónimo)
La verdad, la única verdad conocida allá en los albores de las civilizaciones, fue un secreto revelado a los hombres en los primeros santuarios del Nilo:
No existía el sol, ni la luna, ni el fulgor rutilante de las estrellas, el mundo no era ni siquiera un sueño de los Dioses, pues ellos tampoco existían, sólo el caos era el dueño y señor del espacio que habitaba en la nada, y el solitario espacio, asesinándose así mismo, creó el tiempo volando sobre el caos, origen de todas las cosas que son, así de la nada inicial, de la negación más absoluta, brotaron burbujas incandescentes que al estallar arrojaron fuera de sí las fuerzas primordiales, y Shu el aire besó a Geb la tierra y unidos en sagrada cópula engendraron a Nut, el cielo, y saliendo del caos entraron en las edades del tiempo y desde entonces son canteros de la estrellas, encargados de reproducir en los cielos las acciones de los hombres sobre la tierra...
Y entrando en el tiempo nació el bondadoso Hapi, Dios hermafrodita, cuna de toda vida que a sí misma se crea, alimentado eternamente por las lágrimas de Isis, que desde los albores, llora desconsolada por el cuerpo descuartizado del amado , lágrimas de vida que acompañan el fluir de las edades y embellecen su silueta en esa placidez que esconde su pasión por llegar al mar.
Transcurres y nunca terminas de pasar, Dios omnipresente del quehacer de los hombres, tan inmenso en sabiduría que tu memoria es testigo implacable del nacer y del morir, pasan los hombres, pasan los tiempos, pero tú nunca terminas de transcurrir, pues si dejaras de hacerlo serías el asesino de la vida que con tanto amor proteges. Acogerse a tus mutaciones y a tu armonía es engendrar en vida el camino de los cielos. Tu esencia, oculta tras el velo de Isis baña el aliento de la Creación. Tus magias y tus ritos milenarios son la esencia de Oriente y la inspiración de las leyendas de los poetas, que allá en lejanas tierras, cuentan que tu salterio es un sortilegio de maravillas, pues sobre Gaia tus aguas son la eterna risa del camino.
Después, mucho después, con el correr del tiempo envuelto en su caos, fue creado el hombre, y cuentan los Sacerdotes del Gran Sur que un Dios con cabeza de carnero sacó al hombre de un huevo gigante, otros a cambio, afirman que fue creado en el torno del Gran Alfarero.
Y cuando floreció la vida que se piensa a sí misma, llegaron a la conciencia de los hombres, Anubis el chacal, Tuerisla la hipopótamo, Sekmet la leona, Tot el ibis, Knhum el carnero, Hator la vaca divina, Horus el halcón, nacido de los amores de Isis con Osiris, Set y Neftis, Apis el buey, Nekhbet la buitre, Montu, Amón y todas la divinidades que los cielos decidieron hacer espejos de los hombres para que fuesen su consuelo y su sostén, en esta y en la otra vida.
Y dijo Horus, yo soy el halcón, yo soy Egipto y desde entonces cada rey ostentó entre sus títulos el de ser la reencarnación del Dios entre los hombres.
Y antes de haber reyes hubo nomarcas en tu orillas, grandes príncipes que crearon pequeños reinos que embellecían con sus nombres al tuyo propio: La Gran Tierra, Los Dos Halcones, La Cobra, El Arbol Narou, País del Arco, La Sede de Horus, Anzety, La momia del Halcón, el Muro Blanco, el Soberano Gallardo, El Ternero Divino......... Y tantos más, ya olvidados, que honraban con sus designios a los dioses y a los cielos.
El río Nilo no cambia,
no hay ningún lugar en la tierra
donde todo cambie tanto como aquí y nada nunca cambia,
uno se siente como en casa. ( Henry Adams, Cairo 1898)
IMa_
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