.... Curro tenía la frente ancha y despejada, nada extraño ya que sus ideas siempre fueron grandes, demasiado grandes para las pocas luces que le dio la herencia. Su madre siempre le dijo: “Hijo mío cuanto más grande más tonto”, y él que pensaba que eso era el sumun del amor materno sonreía interiormente mientras intentaba comprender por qué el negocio de pollos que montó con su primo “El Chapi” nunca dió beneficios, en tanto que su primo – que vivía en Alcalá –Meco- merendaba con Nario Donde todos los martes a las cinco de la tarde.
Nunca conoció a su padre y no tenía nada de él excepto la idea nebulosa de unos ojos verde humo que lo acechaban tras los rosales, las noches de pesadilla en su cama demasiado fría. Quizá su madre decidió que tener un padre trilero no era buen comienzo en la vida para Curro y lo suprimió de esta con sulfuro en el café.
Lo llamaban “El Candelas” porque todo lo quemaba, y era fetén el apodo ya que, desde el cuaderno del parvulario hasta la cuenta corriente que su madre escondía debajo de la banca de la cocina, acabaron consumidos por diversos tipos de fuegos, que hasta lucía con más vergüenza que orgullo, unas feas cicatrices encima de su oreja izquierda producto de un ensayo que hizo con un mechero de yesca “guindado” con disimulo del bolsillo de su abuelo materno, cuando apenas sabía ponerse de pies por su cuenta.
Lucía Curro buena calva y tan pragmático era que, el día que asumió que era calvo, se fue al Rastro y vendió a precio de ganga, la colección de peines que como un tesoro guardaba y a la que tanto aprecio tenía, que de haber tenido pelo, hubiera preferido pasar hambre que desprenderse de ella y tal cruz fue para él esa escasez fulminante, que en alguna ocasión en que lo acuciaba el hambre se le oyó exclamar: “Más puñalás da una calva”.
Tenía el hombre oronda tripa forjada a base de cubos de cerveza y kilos de tocino de jamón, que en su ignorancia, él consideraba el manjar que Moisés recogió del desierto de Canaá para alimentar a su pueblo.
Sus manos fuertes y bastas demostraban que la falta de trabajo no siempre se lee en el cuerpo, que más bien pareciera que había estado toda la vida dándole al “arao” y la azada que no de “revientabotes” de turno.
Tenía una mirada parda llena de sueños perdidos, mezcla de embriaguez y fijación, que él pensaba era el colmo de la fascinación y la hombría, pero que lo que verdaderamente decía era: “Fuera de Servicio”.
Por último acompañaba su persona con una indumentaria tal que más bien parecía un “bakaladero orondo” que un “dandy sin tupé”.
... Llevaba tiempo rondando el café con la esperanza de conseguir compañía, en busca de una oportunidad, -“Caza Mayor”- solía cacarear a sus amiguetes de “wiskies” baratos, pero en su interior se hubiera contentado con una alondra tuerta que por su lado pasase. Intentaba por todos los medios hacerse notar, hinchando un pecho demasiado peludo y escondiendo su prominente humanidad debajo del cinturón kilométrico de sus pantalones demasiado estrechos. No había tenido suerte ese día y tanto café le daba ardores de estómago cuando no también de próstata.
... Era su día y aún no lo sabía, aunque estaba escrito aquella noche en la luna brillante que adornaba una de las paredes del café.
Dolores “La Piconera” era de Cádiz y en sus años mozos, fue una promesa de belleza y lozanía, allá en su pueblo serrano, siempre quiso una familia, marido por la iglesia e hijos, pero la vida le dio otras prendas no menos prometedoras. Fue novia de todos los jornaleros de las cuadrillas de aceituneros que cada año, recorría la provincia en busca de pan y hembras.
Tanto ardor ponía Dolores en sus lances que perdió la virginidad antes que la niñez, y ese día perdió además del virgo el único hilo que la conectaba con la decencia, tan traída y tan llevada, a modo de paso de Semana Santa, por las comadres de su pueblo. Pasó por miles de brazos que más que calor la dejaron fría como un páramo en invierno. Su madre solía llorar al verla llegar cada noche con el cuello lleno de moretones y la cabeza de pájaros, y su padre, le propinaba tales palizas a cuenta de los moretones, que más que adecentarla le remató la poca cordura que le quedaba. Tres veces “arrejuntada”, no tuvo hijos de ninguno de sus amores y ella, que se echaba la culpa, pensaba que era porque nunca quedó satisfecha con ninguno de ellos, aunque en sueños sus hijos perdidos pululaban pidiéndole “levistrauss y videojuegos”.
Lucia Lola, que así gustaba llamarse, piernas robustas de bailarina, aunque ella lo más que bailó fueron tangos agarraos con sueños demasiado calientes para ser sólo sueños.
La piel la tenía correosa, como de pergamino color verde oliva de tanto aceitunero que pegado a ella quedó, sus ojos pequeños de ardilla, ”como dos pinchás en un tomate”, que gustaba decir entre risas, brillaban como ascuas de brasero de picón, de ahí lo de “Piconera” ojos que al fin y al cabo más prometían que daban.
Rodeaban tamaños ojos arruguillas ladeadas nacidas de tanto torcer el gesto por intentar disimular su evidente miopía, tanto llegaba a gesticular que uno de ellos vivía permanentemente torcido hacia abajo y por el cual se escapaba a intervalos regulares una limpia lagrimilla que le daba aspecto lastimero, cosa que ella aborrecía porque consideraba que ser mujer y llorona eran las dos cosas más patéticas del mundo.
Tenía eso sí, Lola, dos manos blancas y de dedos largos que movía con gracia y soltura, acompañando sus palabras, groseras generalmente, que expresaban con movimientos sensuales su particular visión del mundo.
Lucía Lola una sortija, que presumía de elegante, con pedruscos azul cielo que su abuela, por llamarse como ella Dolores, le regalo el día de su primera comunión mientras le decía al oído: “Lola mi niña que tu ya no ere inosente, ande vas a tomá el cuerpo del crusificao” y Lola le respondía: “Calla agüela que nadie lo sabe esepto tú, yo y el susodicho malage que se llevo mi hermosura”, a lo que su abuela solo dijo: “Pronto aprendes prenda, tú aprende a nadá y guardá la ropa que eso te ayudará en la vida”, pero Lola que lo entendió mal nadó mucho, pero siempre sin ropa.
...Era su primer día en el café y al entrar pidió una coca cola para disimular, mientras recorría con sus ojos de ardilla el local, buscando el trigésimo cuarto aceitunero que la ayudase a dormir sin alcohol aquella noche.
...Estaban destinados a encontrarse pero Lola no podía saberlo, aunque estaba escrito en la barra manchada de distintos licores, que ocupaba parte de la zona derecha del café.
Cuando Curro la vio entrar, quedaron sus ojos pegados a las piernas de la Lola, enfundadas como estaban en sendas medias negras de rejilla que más que aspecto de gacela, le daban pinta de guarrona de bar de carretera barato. A la vista de su posible presa Curro intentó apresarse la barriga entre los pantalones, tan estrechos que más que esconder demostraban.
Lola miope ella desde que cumplió los treinta (y de eso a fe mía que fue hace mucho) no reparó en su orondez y de su enorme frente se prendó, más por su brillo grasiento que por su contenido.
...Eran tal para cual: Curro alias “el Candelas” y Lola alias “la Piconera”.....
...Jacona – pensó él-; ...Pirata – a su vez pensó ella-...
Comenzaron a medirse con la regla que contiene la medida exacta de la desmesura, ella con ojos de ardilla, él con los suyos desconectados... Fuera de servicio- anunciaban los de él- mientras quemaban... Encendida quedo -decían los de ella- mientras se dejaba quemar.
Primero vinieron los requiebros mutuos donde se dijeron lindezas y desmanes, mientras... se median mutuamente... las posibilidades de aguante... que aquel lance requería.
....”Prenda”... le decía él. “Corasón”....le contestaba ella....”Te voy a comer las piernas esas de Paulova”... “Te voy a lustrar la calva con la lengua”...”viva la madre que te parió”....”ole tu grasia de aseitunero tardío”....”enga que nos vamos a molé grano al pajar”...”toma granos pa molé mientras llegamos”....
Sonaba en el aire una música, Simply Red acariciaba la noche con Stars y ellos... pensaron que aquel día las únicas estrellas de la noche estaban prendidas mutuamente de sus ojos.
Volaron dedos que acarician almas en las manos de Dolores y llovieron llamas que queman intenciones de los labios del Candelas.
Y en el centro de la boca de ambos apareció la dulzura del azúcar, que sólo rezuma los días de fiesta...
Y agarraos al son de la música se marcaron un baile de esos que por inventados parecen perfectos... él agarrao de sus ojos... ella volando entre sus manazas de pelotari.
No hubo jamás parangón en la historia de aquel café que pudiera compararse a la intensidad de aquel encuentro.
Él se entregó con grandeza, incluída su oronda tripa y ella con un ardor semejante a su mirada, rodaron por lo legal y por lo criminal, con caricias y mordiscos propinados por doquier con la única intención de conseguir sorprenderse mutuamente... ellos que todo lo habían descubierto ya...
Los setos del jardín de aquel café, en aquella noche de invierno, brillaron con luz propia y alguien luego comentó que se vieron fantasma en aquella hora rondando los rosales y murmurando palabras de amor.
Mientras rodaban, Curro se acordó de repente de la gitana lucera, que en algún lugar lo esperaba y de los tres chiquillos que antes de salir de casa lo llamaban padre.
La Piconera acordose a su vez del último aceitunero, que en semejante situación le robaba la cartera mientras le decía: ...”que yo contigo me caso, pero antes tengo que ir a por tabaco...
Y mientras pensaban rodaban y de tanto rodar quedaron por fin parados en el azul exacto del mar en sus miradas. ¡Qué pena! – pensaba él- que esta Jamona encendía no tenga perro que le ladre...¡Lástima! – pensaba ella- que este corcel desbocao tenga quien le caliente la cama..
...Quisiera volverte a ver- le decía Curro mientras miraba el vacío que ocupaba todo lo que no era ella- Y yo que me vieras- decía la Piconera mientras acariciaba el aire que a continuación él respiraría...
Las cinco de la madrugada marcó el reloj maldito que controla el tiempo de este mundo. Y allí al alba ambos se despidieron prometiéndose que se volverían a ver mientras que en el fondo de sus almas sabían que una cosa así no era posible y que magia tal nunca podría volver a existir.
Cuatro besos se dieron, dos en la frente y dos en los labios mientras se acariciaban el rostro mutuamente, intentando grabarse en la memoria la orografía exacta de sus rasgos, que tanta locura habían compartido.
Se escuchaba de música de fondo a Paul Anka cantando She’s a Lady acompañado por Tom Jones y José Luís Rodríguez “el Puma”........ ¡Es la dueña de mi amor se robó mi corazón!- tarareaba Curro-. ¿Cuanto me amas? dime... ¿cuanto me amas?- pregonaba la Lola-......
Marchó el Candelas vacío, palabra literal, de cuerpo y alma, y tan vacío quedó cuando desapareció la Lola que en su cerebro se apagó otra lucecita de las pocas que tenia sustituyéndola un cartelito que decía: ”Por aquí paso la Lola”.
Marchó la Piconera repleta, palabra literal, de cuerpo y alma, y tan llena quedó cuando desapareció el Curro, que de su pezón izquierdo comenzó a brotar una lágrima roja que jamás se secaría y a la que ella llamó “el manantial del Curro”.
...Nunca se volvieron a ver..... no hizo falta..... se habían robado el corazón y ya no tenían con que volver a amar..... Aquella noche había llenado sus vidas por siempre jamás ....
Tears in heaven desgarraba la mañana en la voz de Eric Clapton................
IMa_
Relato del mes publicado en la página “El Escribidor” Mayo 2001
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